Un año contigo, sin tu presencia.

Subiste a descansar en la habitación que había sido tu casa por casi diez años, esa que arreglamos con el poco dinero que tenía yo de más. Con un baño construido por partes y un calentador de agua que nos regalaron, eran los tiempos difíciles.

Quién iba a pensar que ese sería tu último descanso entre nosotros.

Antes hiciste lo que siempre hacías, en tu lugar, en tu espacio, en ese universo que gira alrededor de tu amor al campo y la alegría que te daba ver crecer las cosas que plantabas para luego esperar que se dieran. Casi puedo imaginar cómo ese temible sueño final te vencía mientras mirabas la televisión para terminar tu jornada, la última y más larga de tus jornadas.

Ha pasado un año desde ese día, rápido, despiadado, sin pausa, los días se acumularon y otras muchas cosas golpearon desde entonces, algunas casi imposibles de tragar, pero aquí estamos. Haciendo lo que mejor nos enseñaste a hacer, enfrentar la vida, vivir la vida, con alegría, con planes, con esperanza.

Hoy subimos a la montaña para recordarte, tus hermanos, tus hijos, tus nietos, aquellos que tanto te extrañamos y que aún nos cuesta darle significado a muchas cosas si tu no estás ahí para recordarnos que todo en esta vida es posible. Que el espíritu de nuestra herencia habita en el cerro y el llano, que somos el resumen de la vida de nuestros antepasados, con nuestras cosas buenas y no tanto, pero que un poco de ellos vive para siempre en nosotros, que nunca te has ido realmente.

Te cuento que el campo esta muy seco, que las aguas de invierno han sido pocas, que plantamos moras azules en la loma y que tenemos dudas de que este experimento funcione. Hay agua en los aljibes, semillas en la bodega, gente trabajando el campo y el taller, casi todo está como lo dejaste, las cosas más desgastadas, los vientos severos acarreando tierra y Clementina tu yegua se le siente sola y aburrida, está claro que te hecha de menos.

Yo estoy bien, excepto cuando la memoria me obliga a no estarlo, pero poco a poco encuentro el equilibrio y la calma para hacer que las cosas pasen. Aveces extraño una vieja sensación de emoción mientras manejaba hacia el pueblo para encontrarte y decirte alguna notica, un nuevo proyecto, o al menos una posibilidad de que algo golpeara mi vida.

Extraño tu sentido del humor, la calma que te rodeaba incluso a la orilla del abismo y hasta ese cinismo que usabas para enfrentar las cosas duras de la vida. Pero sobretodo extraño tu alegría por crear, por construir, por ver maquinarias imposibles funcionar, por hacer posible, aquello de nos dicen que no se puede hacer.

Luego me doy cuenta que no hay nada que extrañar que eso que hecho de menos realmente vive dentro de mí y que soy una pequeña parte de ti que aun camina y respira y crea y se emociona, cuando el campo está verde, cuando la cosecha está lista. Y entonces la ausencia se parece más una presencia y la memoria más a una realidad.

Aunque igualmente al final del día, me haces falta.







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