De sustos y miedos… Luego del temblor.

Vale, todos quedamos un poco tocados después de que el pasado 7 y 19 de septiembre la tierra se moviera y nos recordara algunas de nuestras debilidades, muchos de nuestros vicios, y más de uno de nuestros miedos.

El sismo ha dejado muchas víctimas, tristemente algunas mortales, lo cual es inadmisible, por muchos motivos. La escala misma del temblor, la falta de previsiones obvias en edificios nuevos, o el olvido de viejos ya resentidos por movimientos previos.

La reacción fue inmediata por parte de la población civil, mientras que las diversas autoridades quedaban apocadas por el despertar de un pueblo que sigue empujando ahora que viene la etapa de reconstrucción.

Es en esta etapa donde me quiero ubicar en tiempo y más al sur del país donde quiero estar en lugar. Si bien la Ciudad de México fue impactada duramente, los daños en el sureste del país son significativamente más amplios. El porqué tiene que ver con dos factores esenciales, la susceptibilidad sísmica de la región y la debilidad de las construcciones.

Los estados del sur han sido históricamente castigados por temblores, las torres de las catedrales han sido reconstruidas múltiples veces y las imágenes de los terremotos del Siglo XX en estados cómo Oaxaca fueron incluso proscritas por gobiernos posrevolucionarios por trágicas.

Y es esta multiplicación de los hechos la que preocupa, luego del reciente terremoto y los daños evidentes en edificios públicos y privados hay quienes claman desde una visión puramente folclórica por una reconstrucción basada en la tradición, desconociendo que es la tradición la que ha fallado y que repetir a fuerza de costumbre puede condenar a estas personas a una nueva tragedia.

Las tradiciones deben ser el resultado de prácticas exitosas y evolutivas. no del costumbrismo o la obligación.
Terremoto en Oaxaca 1931

Si bien hay que ser respetuoso de las formas de vida y de la cultura de las sociedades, hay que ante todo mantener un mínimo de sentido común. Se trata de la reconstrucción de cientos de miles de edificios que requieren una rápida y eficaz intervención, cosa que solo se logrará aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías constructivas.

Esto no implica olvidar o despreciar la memoria de los lugares, implica hacer que esta memoria avance y prevalezca. Las personas lo han hecho poco a poco por sí mismas. Remplazando la tierra no estabilizada de los muros por sistemas de tierra estabilizada o de arcos rígidos de concreto.

Sí, esas casas grises que los esteticistas tanto odian pero que han dado lugar seguro de habitar a millones de personas, la gran mayoría de personas que habita en nuestro país vive ahora bajo ese tipo de techos lo que conforma una nueva tradición.

Esto no significa que la arquitectura de Istmo y otras regiones afectadas deba ser remplazada por estas prácticas, pero si al menos cuestionada ante su evidente fallo y puesta a una evolución que asegure que las trágicas pérdidas no se repitan. No hacerlo sería imprudente e irresponsable, de nuevo la tradición perdura cuando es eficiente, cuando no debe ser rebasada y redefinida.

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