Claves de la competencia urbana
El imparcial 5 de noviembre de 2014
En esta misma columna hemos resaltado muchas
veces la muy urgente necesidad de reconstruir un modelo de ciudad competitiva,
donde sus habitantes encuentren y desarrollen oportunidades de vida que les
permitan avanzar y prosperar.
Pero la construcción de este modelo de urbe no
ha sido fácil, ni está completo en la mayoría de las ciudades mexicanas. De
hecho, en muchos de los casos las distancias entre ciudades competitivas se han
hecho más largas, lo que termina convirtiéndose en una evidente desigualdad
entre los habitantes de las ciudades de nuestro país.
La competitividad urbana se condiciona a una
serie de factores clave, que ayudan a desatar la energía humana cautiva en
estas urbes. Permitir que la creación de empresas sea un acto sencillo y
eficiente, una administración pública simplificada, un medio ambiente
sostenible, sistemas de transporte público eficientes, mejores servicios y
seguridad para todos los ciudadanos, son algunos de los factores que permiten
la formación de una ciudad competitiva.
¿Pero por qué queremos ser una ciudad de este
tipo? Porque las ciudades son finalmente una plataforma, donde quienes la
habitamos desarrollamos un gran número de actividades, que terminan condicionando
nuestro nivel de vida. Si esta plataforma funciona bien, las personas que
vivimos en las ciudades tenemos la posibilidad de desarrollar nuestras
actividades de manera más eficiente.
Esto finalmente se trasladaría en un factor,
que sería esencial en el futuro de cualquier urbe, pero particularmente, en el
de las ciudades de escala media y pequeña, y aquellas que tienen la función de
intermediación en una determinada región. Las ciudades competitivas son
ciudades que facilitan, entre otras cosas, la generación de empleos, principal
lacra que arrastran las ciudades mexicanas, particularmente en el lado sur del
país.
Cuando una ciudad o región urbana asciende en
este aspecto de la vida urbana, los cambios son realmente evidentes. La
creación de empleos aumenta el consumo interno en las ciudades, lo que
significa mayor actividad económica. A su vez, la recaudación se incrementa, lo
que otorga a las administraciones públicas mayores recursos para el desarrollo
de inversiones, por ejemplo, en materia de infraestructura.
Mayor y mejor infraestructura significa a su
vez, más contratos en obra pública, mejores calles, mejores escuelas, mejores
espacios públicos, en resumen, una mejor ciudad. Pero la cúspide de este
proceso debe ser la creación de un medio ambiente urbano, que permita atraer y
retener el principal capital de las ciudades, que es el capital humano.
Una ciudad competitiva atrae inversores y
creativos, es decir recursos e ideas, de forma que la maquinaria social y
económica de la ciudad dé lugar a una realidad más prospera para todos los que
habitamos en las ciudades.
Construir una realidad como ésta es posible; requiere
el compromiso de los ciudadanos y la administración pública en ciertos aspectos
claves, con los que resulta indispensable comprometerse, para salir adelante en
medio de una crisis social, que se hace más radical en las urbes.
La situación de pobreza y marginación que se ha
asentado en las zonas periféricas de la ciudad ha traído, como consecuencia, un
incremento notable en la violencia y otros fenómenos urbanos desagradables.
Para detener este proceso no hay otra salida, que hacer que la maquinaria
interna de las ciudades trabaje de forma eficiente y que su estructura funcione
para que las ideas de quienes las habitan, prosperen y generen empleos y
bienestar.
Para esto debemos avanzar en las áreas clave,
que hagan que las ciudades pasen del estado latente en que se encuentran, a
otro más dinámico y con mejores perspectivas. Así que hay que entrar fuerte al
proceso de construcción de servicios de alta calidad, mejores infraestructuras,
mejor transporte y una administración pública eficiente. Sin la mejora de estos
componentes, el futuro de las ciudades y sus pobladores quedará comprometido.
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