Como se arma una ciudad l
El valor de las partes
El
Imparcial Oaxaca Miércoles 15 de febrero del 2012
Todos los días caminamos
por los lugares que habitamos sin apenas percepción de aquello que
nos rodea. Nos hemos transformad casi sin querer en una sociedad muy
distanciada del medio que habitamos y ajenos a casi todas las
componentes de nuestro entorno cotidiano, que hoy día --cuando menos
en nuestro continente-- significa un contexto mayoritariamente
construido por el hombre.
Este fenómeno ha sido
resultado en parte del acelerado proceso de urbanización que nuestra
generación a enfrentado en tiempos recientes. Mediante procesos
sociales descritos por la antropología urbana o la psicología
colectiva, que iremos describiendo en artículos posteriores. Por
ahora, si tocamos este punto, es para adentrarnos en el devenir de
una realidad mucho más inmediata y que tiene que ver con el valor
que asignamos a esos espacios, y en particular a aquel que otorgamos
a los que son públicos y que por lo tanto propiedad de todos.
A diferencia de las
viviendas o los edificios comerciales, donde sólo sus fachadas y
normas de seguridad nos competen en lo general, el espacio
urbano-arquitectónico público, debe estar sujeto a reglas del juego
mas claras y transparentes. Aquí la sociedad y sus especialistas
deben ser constantes partícipes de la integridad y sentido de estos
lugares entiéndase: Plazas jardines, escuelas, calles, avenidas,
etc.
Allí, en estos espacios
aveces huérfanos es, donde se debate cada día el concepto que la
sociedad tiene de si misma, desde el antigua agora griega hasta el
pequeño jardín de barrio contemporáneo. El valor del espacio
público en estos casos se define por la impresión de ordenes
fundamentales que estos lugares generan: Equilibrio, limpieza,
funcionalidad, belleza etc. Son componentes elementales de nuestra
realidad que intentamos integrar en nuestros hogares, pero que
solemos no exigir de nuestra puerta hacia afuera.
En este tenor es que
recientemente ha sorprendido el intento que se ha hecho por derribar
una de las pocas obras arquitectónicas de la actualidad, con valor
internacional con que cuenta la ciudad.
La escuela de Artes
Plásticas de la UABJO de Mauricio Rocha, sufrió en fechas cercanas
un intento de derribo de uno de sus elementos, el más central de
todos de hecho, el aula magna. Se argumentan cuestiones estructurales
que podrían ser ciertas. Pero que en todo caso deberían ser medidas
por un equipo multidisciplinario y de preferencia neutral en el
debate, que valore el riesgo verdadero que implica el edificio en
cuestión. Y que sea este quien en su caso proponga soluciones que
permitan la conservación y perpetuación para futuras generaciones
de esta obra.
No olvidemos que se trata
de un edificio no sólo premiado a nivel internacional, es también
uno de los dos de origen mexicano que forman parte del acervo del
centro George Pompidu en parís. Pero aún antes que eso, hablamos de
un edificio construido desde el tesón de apasionados oaxaqueños,
como el maestro Francisco Toledo, que puso de su propia bolsa para
lograr su necesaria edificación. Generando así un lugar que diera
cabida a la creatividad de los jóvenes talentos locales, orgullo de
propios y extraños.
Aquí es donde se incluye
el valor de lo público, porque esta obra parte del compendio
arquitectónico de la universidad estatal, pertenece a todos, y cada
uno tenemos derecho y puede que hasta obligación de opinar y
defender aquello que creemos es bello y práctico. Así como de
criticar lo que incumple con la sociedad si fuera el caso, pero
siempre de manera clara y transparente.
Recordemos una anécdota
--real o inventada-- en el mundo de la arquitectura nacional de
mediados del siglo veinte. Cuenta la leyenda que cuando nuestra
Universidad Nacional --hoy patrimonio cultural de la humanidad-- se
inauguró, preguntaron a la madre del arquitecto Lascurain, co-autor
de la facultad de arquitectura, que le parecía el nuevo campus, a lo
que ella contestó: Me parece muy bien, sólo no entiendo por que a
mi hijo le toco el edificio mas feo.
Nunca sabremos si este
hecho corresponde a la realidad, pero la facultad de arquitectura
sigue allí, junto con el resto del campus y su majestuosidad
moderna. Otras grandes obras le han sido agregadas en épocas
posteriores, como el centro cultural universitario y más
recientemente el museo universitario de arte moderno. Nadie tocaría
ni una piedra del pedregal de San Ángel para tirar a bajo una de
sus fachadas. Ni siquiera la madre del arquitecto Lascurain, a quien
no impresionó, la obra de su propio hijo.
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