La llegada de la energía eléctrica y la red fantasma
Redes e infraestructuras en la
consolidación de la estructura territorial de los Valles Centrales
de Oaxaca
Cuando a finales de la década de los
80 del siglo XX inició el proceso – que aún continua-- de
desmantelar la red de transporte de ferrocarriles de pasajeros en
México, y en general de toda la región latinoamericana. Muchas
fueron las consecuencias inmediatas y pocas las reflexiones a
propósito de este cambio dramático que terminó con más de 100
años de historia en el país.
La red de ferrocarriles en México
había iniciado un tardío establecimiento de expansión durante la
segunda mitad del siglo XlX y hasta principios del XX, periodo en el
que se construiría casi el 95% del total del sistema de vías que
existirá en el país.
Los motivos que dieron origen a la
construcción de este sistema, como en otros países, obedecían más
a razones comerciales que al simple hecho de transportar personas.
Este fenómeno desde luego acompañó al primero, pero fue más una
consecuencia de la necesidad de transportar bienes y servicios sobre
un territorio hasta entonces muy desconectado.
Un factor fue determinante para la
aparición de esta red, y por consiguiente la transformación
acelerada del territorio de los Valles Centrales. La llega de la
electricidad a la región en la parte final del siglo XIX, transformo
la industria minera. Mediante nuevos procesos de separación de
metales, viables gracias a la electricidad fue posible incrementar la
producción y los beneficios económicos.
Así, prontamente se justificaron las
grandes inversiones que durante mucho tiempo se habían negado para
el desarrollo de la red ferroviaria, --el primer intento de traer el
ferrocarril en la región data de mediados del siglo XIX-- . De este
modo, la generación de electricidad abrió la puerta a la llegada de
un segundo sistema que generará el cambio más radical que la
sociedad del lugar había sufrido en los últimos tiempos y hasta la
modernidad.
Antes de la era del ferrocarril, un
viaje a la ciudad de México podía tener una duración de hasta 14
días. Con la llegada del ferrocarril, este tiempo se redujo a 14
horas. Sobra decir el impacto definitivo que dejó este cambio en el
territorio, las ciudades y desde luego las personas. Con la llegada
de la primera línea proveniente del centro del país, y que unía
también la ciudad de Oaxaca con la de Puebla antes de la Ciudad de
México, surgieron una serie de ramales –hasta cuatro-- que
permitieron la explotación de los recursos naturales y agropecuarios
que en la región de los Valles Centrales –la que aloja a la Ciudad
de Oaxaca-- existían.
Estos ramales permitieron que las
explotaciones de oro y plata incrementaran sus beneficios, hicieron
más ricas a las haciendas agrícolas y fomentaron un periodo de
esplendor y riqueza que quedó de manifiesto en las grandes obras
públicas y privadas de la zona. De esta forma, surgieron teatros,
palacios y casonas, pero también lo hicieron caminos,
hidroeléctricas y redes de electricidad, teléfono y telégrafo; que
se extendieron rápidamente, el mundo se contrajo de manera súbita.
Así funcionó este sistema férreo,
con cambios y crisis, por más de un siglo, hasta su total extinción
en el año 2004, fecha en que el último tren hace un recorrido final
en dirección a Cuicatlán. Pero cien años de historia no se borran
fácilmente. Las huellas que dejó el ferrocarril son todavía hoy
una parte incrustada en el ADN de la región y de la ciudad que allí
se consolida, ya bajo un nuevo orden y moldeada por otras fuerzas.
De manera tal que estos elementos
aparentemente desaparecidos del sistema, siguen siendo hoy en día un
hilo rector. Discretamente difuminado en los derroteros de una
historia que se extiende por tres siglos distintos a partir de la
llegada de nuevas formas de energía que modificaron todo lo
conocido.
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