La ciudad peatonal


Calles que no lo son
El Imparcial 27 de junio del 2012

Allende Calle Peatonal


Muchas veces hemos hecho mención sobre la necesidad de ampliar las ofertas de movilidad con que la ciudad cuenta para de esta manera disminuir la dependencia que hemos desarrollado hacia los vehículos de motor. Sobre todo los de tipo particular, responsables de copar poco a poco nuestras arterias urbanas, y quienes se han apropiado de casi la totalidad de los espacios públicos de la ciudad.

De entre todos los medio de transporte a los que podemos acudir, el más sostenible que existe es caminar. El simple hecho de andar puede representar para las ciudades un enorme ahorro de energía que se traduce en un consecuente ahorro económico –el gasto medio de una persona hacia un vehículo de motor ronda el 20% de su ingreso--, por otro, lado se disminuye el envío de contaminantes a la atmósfera y se mejora la calidad de vida de barrios y colonias.

Sin embargo, el beneficio más claro de esta forma de movilidad cae en el sector salud. En un país como el nuestro donde las principales causas de muerte están representadas por los problemas cardiacos y la diabetes --que afecta a casi el 8 % de la población--, el gasto en sanidad se esta elevando dramáticamente. Actualmente enfrentamos una epidemia de obesidad que se traduce en grandes pérdidas para la economía de las ciudades.

Una sociedad enferma es una sociedad pobre, si ya la desnutrición era un problema a tratar, la malnutrición y la falta de actividad física han engrosado la problemática.

Ante esta realidad desde la planificación de las ciudades podemos aportar para generar un medio ambiente propicio, para que su población opte por esta modalidad de movimiento como eje de sus actividades cotidianas, cuando menos parcialmente. En estructuras urbanas tan fragmentadas como las que vivimos hoy día, resulta casi imposible pensar que podemos dejar de depender del transporte a motor. Pero pese a esto, si podemos imaginar sistemas de movilidad mixtos donde el transporte público y los andadores urbanos tengan un papel predominante.

Para que esto sucediera se deben atacar ambos frente, el de la mejora de las redes de transporte público, y el establecimiento y protección de una adecuada infraestructura pensada para que la ciudad pueda ser cambiable. Esto significa ante todo la sustitución del paradigma bajo el cual casi todas las ciudades del país y del orbe se rigen actualmente. Significa que la ciudad deje de ser adaptada para que los automotores circulen de manera fluida y se inicie un proceso de diseño y cambio que pugna la escala humana al centro de las decisiones que a la ciudad competan.

En nuestra ciudad podríamos iniciar por reflexionar en situaciones tan simples como el ancho mínimo de una banqueta. La obsesión por permitir el mayor número de autos en los arroyos, ya sea en circulación o estacionados, ha dejado en muchas de las calles del centro histórico espacios mínimos insufribles donde tiene que andar aquel que no valla abordo de un coche. A estas aveces ridículas dimensiones debemos sumar el hecho de que es sobre la banqueta donde se instalan otras infraestructuras que interrumpen igualmente el paso del peatón, esto se repite en amplios sectores de la ciudad.

Sobre las banquetas encontramos todo tipo de postes, cajas de instalaciones, medidores y algún que otro árbol mal puesto que hace que quien sobre la acera circule tenga que descender al arroyo “vehicular” para poder continuar adelante. A nadie en su sano juicio le pasaría por la cabeza sembrar un árbol al centro de una calle o la CFE no pondría una acometida eléctrica en un cajón de estacionamiento. La desigualdad con la que se trata a uno y otro usuario de la ciudad en estremecedora.

Como sucede en el caso de la movilidad ciclista, el cambio verdadero que se debiera buscar es una transformación en las percepción que las personas tienen de su medio ambiente . Una autoreflexión que nos lleve a exigir y buscar soluciones mas humanas para nuestros desplazamientos y el respeto por los espacios ganados y destinados para el uso peatonal.

Por ejemplo, cada día cuando caminamos por las “medio” calles peatonales de Allende y Gurrion en la zona de Santo Domingo, descubrimos que estas en realidad se han transformado en el estacionamiento privado de unos cuantos afortunados que evaden pagar un estacionamiento público al apropiarse lo que debiera ser un espacio comunal. Estas actitudes deben desaparecer y tenemos que empezar a democratizar la ciudad, dando opción a la llegada de un modelo de ciudad donde el hombre su escala y sus valores sean el eje central de su desarrollo.

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