El espacio público

¿Quién es el dueño?
El imparcial 20 de noviembre del 2012



En nuestras ciudades desde hace ya mucho tiempo, nos enfrentamos a una realidad que por común, ya casi no nos detenemos a reflexionarla. La calle, las plazas, las banquetas, y cualquier rincón que lo admita, puede ser expropiado, comercializado, y transformado en un punto de venta y distribución de lo que sea.

El como y por que de esta “tradición” habría que trazarla en el tiempo y la distancia, desde la época prehispánica, donde los mercados ocupaban grandes plazas públicas donde se expendían toda clase de productos. Los primeros españoles, describieron con lujo de detalle, como se organizaban y cuales eran los ritmos cotidianos de estos lugares. Lo mismo hicieron los cronistas aztecas y de otros pueblos que explicaba el funcionar de esta economía del espacio público.

A esta tradición se sumaba la de los mercados árabes también callejeros, traída por los miles de inmigrantes andaluces que fueron en mucho responsable, de los primeros procesos de ocupación extranjera en Mesoamérica.

De forma tal que el uso del espacio público para comerciar ha sido un acto constante en nuestra historia que se ha venido enriqueciendo al paso del tiempo y a medida que nos hemos transformado en culturas más complejas. Lo que no pasaba y ahora sucede, es que esta actividad esta fuera del control de cualquier órgano de administración público, y se asume de manera individual el derecho a su ejercicio.

Tanto en los mercados prehispánicos, como en los hispánicos, o árabes, existió siempre un orden que establecía que y bajo que circunstancias se debería ejercer el derecho a comerciar. Que es entre otras cosas el por que del origen de la ciudad, un lugar donde las personas somos libres de intercambiar productos. Pero siempre bajo unas reglas del juego que regulan, precios, espacios e impuestos.

La ciudad debe regir el comercio y controlar que este se realice de manera conveniente para todas las partes. De no hacerlo, se pierde en mucho, el verdadero sentido de su existencia, por que si no es para cuidar lo que es de todos, ¿para que nos sirve una administración pública?

Con estos antecedentes, es que intentamos exponer lo importante que resulta, que el espacio público de la ciudad deje de ser rehén de unos cuantos y pase de nuevo a ser propiedad de todos. Porqué finalmente cada metro de plaza pública, de banqueta, de calle que es tomado por asociaciones y colectivos, que suponen tener más derechos que los demás, es un metro que se arrebata a los cientos de miles que creen en la igualdad de derechos.

Imaginemos por un instante, que cada uno de nosotros se lanza a la calle con igual inconsciencia, que decidimos imponer nuestras necesidades sobre el derecho de todos. Que cada esquina tienen un puesto de lámina o una barricada hecha de tablas y lonas. Ese espacio tiene un nombre, se llama la Anticiudad, el no lugar, aquel sitio que se convierte en todo menos en una conjunto donde la sociedad encuentra los múltiples espacios para convivir de manera organizada.

Sin embargo, esta es una realidad que en ciudades como la nuestra sucede todos los días. Si miramos espacios públicos, como por ejemplo el Parque del Amor. Hoy un laberinto, de madera lamina y cartón, al que de verdad da miedo cruzar y en el que según las autoridades se ha incrementado ampliamente el número de delitos, sabremos a lo que nos referimos.

Lo mismo sucede con innumerables calles del centro histórico. La de Colón el caso mas dramático y absurdo. Se trata de una calle de vital importancia ya que une los dos centros económicos de la ciudad. La zona del zócalo con la Central de Abastos, donde se ubica la terminal de segunda clase que articula buena parte del sistema urbano de la ciudad a escala regional. 

Pues bien, esa calle es simplemente insufrible, media banqueta pertenece al ambulantaje, la otra al comerciante establecido y el peatón lucha por cuarenta centímetros de paso. Del arrollo vehicular no hablaremos, allí autobuses, taxis y autos privados, comparten medio puesto que atora el trafico.

Es cierto, el estado ha fallado dramáticamente a a hora de proveer empleo fijo, y oportunidades de negocio, así como a la hora de regular los costos del alquiler, que en Oaxaca ya rallan en el escándalo, en función del costo de su economía real.

Pero eso no debe justificar que el espacio público de la ciudad se convierta en el botín de los más abusivos y fuertes. Dejando a los débiles bajo la protección de un sistema que no quiere enfrentamientos con bloques de poder manipuladores, esa actitud se asemeja cada vez más al fascismo en su sentido más literal.

Y para responder le pregunta que da nombre a este artículo, la respuesta mas simple. !El espacio público es de todos¡, pero toca nuestro estado defenderlo, cuidarlo, y entregarlo para nuestro disfrute de forma igualitaria, porqué esa es su razón de ser.

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