El poder de la calle

Cuando es cosa de todos
El Imparcial 19 de diciembre del 2012


Cuando caminamos hoy día por las calles de las ciudades que controlan el panorama mundial, muy pronto descubriremos que hay un ritmo distinto, un ruido que se asemeja más a un bullicio, se trata del sonar de voces humanas que han ido recuperando durante los últimos años la ciudad para ellos exiliando la máquina.

A veces olvidamos que la mayor parte del espacio público con que cuentan las urbes, es ni más ni menos que el de sus calles. Esas arterias que permitan que todo fluya, que las distintas partes de este sistema complejo se comuniquen entre si. Y que de origen si bien fueron pensadas para comunicar, siempre tuvieron asignados otros usos.

La ciudad medieval, por ejemplo era un sitio donde tanto las viviendas como los talleres artesanales se desbordaban sobre sus complicadas calles. Al grado tal que era difícil encontrar donde terminaba una cosa e iniciaba la otra. La calle se volvía una extensión del dentro, que terminaba interactuando constantemente con el fuera.

En el París del siglo XX los cafés que todavía hoy persisten en casi cualquier sector de la ciudad, alojados en las anchas y aveces no tanto, banquetas, fueron para muchos el origen de los movimientos sociales que intentaron transformar nuestras sociedades. Así de grande es su capacidad.

Porque la calle tiene ese poder, esa facilidad de encuentro que hace que las personas converjan y discutan, desaten ideas y generen debates. Ha sido el lugar de resistencias sociales, de confrontaciones con los poderes, pero también el lugar de triunfo de las grandes causas que han hecho de nuestro mundo un lugar mas amable para habitar y existir.

Son también el lugar de intercambio comerciales, donde subsiste una gran parte de la población, que no puede entrar al mercado de trabajo formal. Porque por más que estas prácticas nos desgasten, no hay que olvidar, que se trata igualmente de un modelo de economía que permite la subsistencia de muchos. Lo criticable siempre será la manipulación, la falta de gestión y la destrucción que las actuales modalidades de esta práctica conllevan.

Sin embargo, la calle sigue teniendo un potencial infinito. Cuando de nuevo recorremos las calles de las capitales mundiales y vemos el provecho han sabido extraer de ellas el resultado es siempre esperanzador. 

Dos ciudades españolas por ejemplo. Sevilla y Toledo, ambas joyas de la arquitectura ibérica, han desde hace algunos años negado el acceso de vehículos a su centro histórico. La hecatombe comercial y financiera que se profetizó desde los extremistas no fue tal, la economía de estos sitios está más viva y vibrante que nunca. Los visitantes llegan sin ser ahuyentados por el escándalo de motores y el dinero se gasta en cada tienda, café restaurante, terraza.

Mismo caso se va repitiendo con igual contundencia en otras latitudes. Seul, Bogotá, Nueva York, y hasta la Ciudad de México se han lanzado a la recuperación de sus calles como algo más que un lugar ara acomodar autos en fila. De nuevo los resultados están a la vista, la peatonalización de la Avenida Madero en el Centro Histórico del Distrito Federal, implicó sin duda un éxito sin precedentes, actualmente no existe un sólo local cerrado en ese corredor.

En la ciudad de Oaxaca el triunfo que implicó la calle Alcalá como eje peatonal se ha quedado sólo allí, ha resultado imposible, replicar este fenómeno en otros sectores de la ciudad. Como resultado, calles pseudopeatonales, como Ayende o Ben Gurion son en realidad sendos estacionamientos privados para privilegiados que incluso gozan de derecho de apartado.

La calle es el lugar público por excelencia, de nada nos servirá rehabilitar plazas y mercados si no devolvemos a la urbe su espacio más importante, para uso de la mayoría. Por que no olvidemos que sólo el 20% de la población tiene automóvil, pero todos somos peatones en algún día.

Y mientras continúo mi camino por las calles de esta ciudad distante llenas de pequeños cafés y bares, mientras contemplo las pequeñas mesas que se desbordan sobre la calle donde jóvenes hacen el almuerzo. Mientras miro la apertura de un nuevo local comercial, no puedo dejar de imaginar, cuando será el día que a mi ciudad, le devuelvan su componente más poderosa: la calle.

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