La ciudad vs la barbarie
El imparcial 14 de enero de 2015
Los antiguos romanos llamaban bárbaros a aquellos pueblos que
no usaban el latín como
lengua madre. Pese a lo que hoy pudiera significar, en esos tiempos ser bárbaro no implicaba
necesariamente ser incivilizado. Muchos de los pueblos que Roma iba anexando al
imperio eran ya sociedades bien organizadas, que en ocasiones se resistían y en otras no tanto a la
conquista romana.
La aplicación del concepto de barbarie
tiene que ver más bien
con una serie de levantamientos armados que culminaron con la toma de la ciudad
por parte de un ejército bárbaro, que paradójicamente buscaba el
reconocimiento como ciudadanos del imperio. Luego de una estrecha convivencia
con el mundo latino se consideraban parte del mismo, muestra de esto fue que la
ciudad no fue saqueada o destruida, sino preservada por sus captores.
En los tiempos que corren, el
sentido de la barbarie ha adquirido un nuevo matiz, donde el límite que marcaba la
preservación, la
base fundamental de las sociedades, se ve amenazada por el radicalismo, la
intolerancia y las verdades absolutas.
El ataque que sufrió el semanario satírico parisino Charlie Hebdo
la semana pasada, es un recordatorio, no de la debilidad de la ciudades ante la
barbarie como pudiéramos
pensar. Se trata más bien
de una muestra de cómo
nuestras urbes tienen la capacidad, no sólo de resistir la barbarie, sino de contraatacar con
medidas que estos personajes intolerantes son incapaces de dominar.
Cuando en el 2001 la ciudad de
Nueva York fue atacada y tomadas de golpe más de siete mil vidas, sus atacantes esperaban el caos
y la provocación
contra la comunidad musulmana. Sorprendentemente, Nueva York contestó como nadie lo hubiera
imaginado, sus comunidades se unieron e iniciaron la reconstrucción de un tejido social muy
desgastado, incluso antes del cobarde ataque.
Ese fue el punto de arranque del
resurgimiento de una gran ciudad, que había quedado estancada en los finales del siglo veinte
bajo el velo de la inseguridad y la intolerancia. Hoy día Nueva York es el arquetipo
de ave fénix
urbano, resurgido de, literalmente, de sus cenizas.
París vivió otro nivel de impacto, pero
el mensaje de la barbarie es el mismo, y esperemos que la reacción sea igual. Que de nuevo las
comunidades que conviven dentro de la ciudad, se solidaricen unas con otras y
se den cuenta que un ataque a la ciudad, es un ataque dirigido a todos los que
la habitan y a todos los que se identifican y quieren a esta gran ciudad.
El pasado domingo, la primera
reacción fue a
la altura del golpe; más de
1.5 millones de parisinos de todas las clases sociales, grupos éticos y religiones salieron a
la calle para dar una muestra del poder de la ciudad y su capacidad de
enfrentar la barbarie. De forma pacífica y con sus liderazgos por delante, millones de
personas tomaron la calle para recordar que París, si algo sabe hacer, es resistir.
Las imágenes de esta ciudad
conmueven al máximo,
pero las grandes manifestaciones no serán suficientes. Es necesario hacer mucho más y reflexionar la manera en
que nuestras sociedades y su diversidad deben contestar en conjunto. De nuevo
la reconstrucción del
tejido social será
indispensable para superar el trauma, y nada será más notable para aquellos que lo infringieron, que darse
cuenta que la ciudad se re hace más dinámica y más unida, exactamente lo contrario de lo que pretendían generar.
La intolerancia, el pensamiento
individualista y la denostación del bien colectivo, es sin duda la mayor amenaza que
puede enfrentar una urbe en nuestro tiempo. Imponer las necesidades y estándares de la minoría a la mayoría por la fuerza, es siempre
una amenaza que debemos aprender a enfrentar. Y nada es tan eficiente para
lograr este objetivo, que hacerlo de forma directa e inteligente, mediante
muestras de unidad y trabajo colectivo en una sola dirección, que debería ser la del bien común.
Hoy París somos todos aquellos que
creemos que la ciudad es un espacio de libertades y tolerancia, que nos
garantiza el derecho a existir y ser escuchados, a disentir y hasta a criticar.
No olvidemos que las garantías que protegen al más débil y al más contradictorio de nuestros conciudadanos, nos dan derecho
a todos a existir.
Je suis Charlie
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