Desarrollismo y Ciudad III
La subsistencia del medio
El Imparcial 28 de marzo 2012
La condición urbana del planeta como
se a repetido hasta el aburrimiento es dominante y en expansión, se
han escrito volúmenes enteros describiendo el fenómeno. En lo
personal más que asegurar que esta realidad corresponde al triunfo
avasallador de la ciudad, creo que se ajusta, cuando menos en el caso
mexicano, a una estrepitosa caída del agro en las últimas tres
décadas.
Esta debacle, también ampliamente
documentada, desde estudiosos del tema u organismos internacionales
como la FAO o la CEPAL, ha acarreado una profunda reestructuración
de los territorios. Sobretodo los vecinos a la urbe que ante la caída
del valor de producción, adquieren plusvalía para el comercio
inmobiliario.
¿Pero por que comenzar una charla
sobre desarrollo mal entendido, y ciudad, tocando el tema del agro?
La razón es simple, y es que pese a su separación la simbiosis
entre ambos ambientes es fundamental para el desarrollo futuro de
nuestras sociedades. Sobre en tiempos en los que parece que la
modernidad debe llegar a las manchas urbanas a cualquier costo y
bajo cualquier pretexto.
El territorio es en si un bien
invaluable, pese a que bajo nuestros estándares siempre hay forma de
asignarle un precio. Generalmente relacionado con la capacidad de
producir o alojar bienes que las personas requieran para su
subsistencia. Es decir, el suelo tiene un valor de uso y uno de
cambio, bajo la actual estructura socio económica que nos rige, poco
queda del sentido de valor simbólico del territorio, que tan
estrechamente se mantuvo hasta antes de la revolución industrial.
A lo mucho las nuevas tendencias
ecológicas y de valoración cultural de la actualidad, le han dotado
de un nuevo valor “ambiental” donde normalmente permea de una u
otra manera un sentido de culpa, debido al mal manejo y continua
destrucción a que hemos sometido nuestro medio vital.
Como resultado y ante la prevalecía de
la vida urbana en nuestra realidad, cada vez es más notorio el
deterioro y la perdida de relaciones entre las personas y el medio,
lo que ha asegurado su destrucción. En los últimos 30 años por
ejemplo las población del país se ha incrementado 2 veces es decir
se ha doblado, sin embargo el tamaño de nuestras manchas urbanas ha
crecido ocho veces. Este modelo de desarrollo es insostenible e
indeseable, las consecuencias de dicha dinámica apenas perceptibles
por la sociedad, son sin embargo de escala alarmante cuando se les
mira bajo la lupa de la realidad.
La responsabilidad en la forma bajo la
que hemos consumido territorio para uso urbano en las últimas
décadas es compartida. Si bien el motor de la urbanización por
mucho ha sido la ocupación espontánea y emergente del territorio.
Lo cierto es que el estado ha fracasado en su responsabilidad,
consagrada en la constitución y el ata de los derechos del hombre,
de dotar de una vivienda adecuada y justa a cada familia. Ante tal
fallo ha sido la población aveces sin más ruta que su necesidad ni
mayor ciencia que sus propias manos la que ha dado forma al continuo
de nuestras ciudades.
Esta tendencia ha tenido un doble filo,
por lado es de reconocer la habilidad para generar soluciones de la
propia solución, pero por otro lado se puede supone que la población
es capas de resolver su problema al margen del estado. Esto termina
en una ausencia del mismo y en falta de orden y normativas para
aplicar, con sus consecuencias devastadoras para el medio ambiente.
Sin embargo, las presiones sobre el
territorio no terminan allí. Una modalidad de explotación empieza a
aparecer en los paisajes de los Valles centrales. Las urbanizaciones
desagregadas financiadas con fondos públicos como el INFONAVIT del
tipo de la de Ciudad Yagul, --actualmente deshabitada a medias-- que
se van posesionando como una forma de dotar de vivienda a una capa
social media pero que repiten patrones de ocupación expansiva del
lugar, acarreando grandes dificultades de vuelta.
Este modelo ha costado la destrucción
y perdida de miles de hectáreas de tierra antes cultivable, el
consumo de mantos acuíferos y la contaminación y deterioro del
medio. Si bien hay que reconocer la necesidad de generar vivienda
para la población, no puede ser a cualquier costo. Ciudades como
Cuernavaca, o Pachuca son terribles testigos de como estas formas so
sólo generan islas y guetos sociales. Producen viajes en todas
direcciones aumentando el flujo vehicular, aumentan la inversión del
estado en el mantenimiento y creación de infraestructuras y arrasan
el paisaje rural. La ciudad debe crecer y desarrollarse, aprovechando
la ciencia y el conocimiento actual no repetir modelos usados y
gastados que a la larga traen más deterioro que beneficio.
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