Arte urbano, y el derecho al espacio público
El imparcial 04 de marzo de 2015
No todo lo que hace el hombre es arte, y en lo personal ni siquiera
estoy seguro de que muchos de los que se denominan artistas los sean, esa es
una discusión que en lo particular,
y en lo común se ha venido
debatiendo por mucho tiempo.
El arte difiere profundamente de la artesanía, y esta del oficio, ya que son producto de
una cadena que se basa en la técnica
y muy poco en la actividad creativa. Las dos últimas se enfocan a la producción de objetos, lo que les diferencia de la
creación artística. Mucho más enfocada en la representación de la sensibilidad humana aunque hace uso y
aprovechamiento de la técnica.
Esta disertación
inicial viene a cuanta debido a que en días y semanas pasadas se ha dado un debate
sobre la presencia de piezas de "arte" en la ciudad". Este
debate sin embargo, abre la puerta para una mayor discusión, apropósito del sentido que tiene el desarrollo de este
tipo de expresiones en la ciudad y sobretodo el polígono que delimita el casco histórico de la misma.
Desde un par de años
hemos presenciado como han parecido en espacios públicos de la ciudad una buena cantidad de
objetos que pretenden "enriquecer" el paisaje urbano. Sin embargo
esta idea se ha difuminado ante lo poco planeadas de las intervenciones y el
cuestionable valor artístico
de los elementos en cuestión.
Pero con ánimo de no caer en
el mismo dilema que plantea la aparición de estos objetos, es decir la falta de consenso, intentemos mirar esta situación desde un punto de vista más analítico que crítico.
Las ciudades han sido adornadas con elementos artísticos desde siempre, las primeras que
conocemos ya tenían importantes
representaciones artísticas en sus muros
y calles. La discusión siempre se ha
centrado en bajo que consensos es que estos elementos se abren espacio en las
urbes, de antes y de nuestro tiempo.
Los regímenes totalitarios
suelen hacer uso de estas formas de expresión para establecer la presencia del sistema político y sus representantes en la vida de las
personas que habitan la ciudad. En Budapest, capital de Hungría existe un parque temático bastante particular, en lo alto de las
montañas se ha
establecido un espacio destinado a albergar las viejas estatuas del régimen comunista que gobernó esta nación por más de medio siglo.
Estos monumentos fueron retirados de las calles de la ciudad y
concentrados en un sólo punto, lejos de
la mirada casual de los visitantes, debido a la falta de consenso a su
prevalencia. Quienes los deseen visitar deben hacer un gran esfuerzo para poder
admirar estos objetos llenos de una carga política indiscutible, y no precisamente bellos en
la mayoría de los casos.
La calle es un lugar de expresión natural, si me apuran es el lugar de expresión más puro que al podamos referirnos en nuestra generación y muchas antes. Sin embargo hay que
diferenciar entre lo que son expresiones espontáneas hemergidas de la sociedad y lo institucional. Este
pequeño matiz hace toda
la diferencia entre lo que es arte urbano y campaña institucional.
Lo que ha pasado en los últimos
meses en las calles de la ciudad cae en este último grupo, es el caso de las esculturas
zoomorficas de formas rectas, fabricadas en metal y terminadas en laca. En lo
personal me parece que estas obras no aportan nada a la estética de la ciudad y que por el contrarío degradan el paisaje del casco histórico, sin embargo concedo el echo de que la
calle puede y debe ser un espacio de expresión.
Pero en este caso particular y otros como las esculturas de madera
labradas de danzantes y osos, intaladas por las calles de la ciudad por la administración municipal pasada, hay que marcar un límite. No se puede autorizar por las buenas una
exposición en calle abierta
sin que se haga un análisis
y un acuerdo sobre cada propuesta para no terminar convirtiendo las calles de
la ciudad en una galería
barata.
Al inicio de esta administración se propuso la creación de un "Consejo Ciudadano de Arte y Cultura",
otro organismo bien intencionado pero en la practica limitado que debería dar alguna opinión en estos aspectos. La dirección del Centro Histórico y el INAH muy inquisidores en otros casos
también tendrían que tener una opinión al respecto y por último la propia comunidad artística.
La ciudad debe estar abierta, pero no a todo y no a cualquier costo, por
qué se corre el
terrible riesgo de imponer la visión de pocos a la mayoría desde un solitario escritorio sin acuerdos de
por medio.
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