De que mueren las ciudades
Innovar o morir
El Imparcial 21 de agosto del 2013
Hace muy pocas semanas nos despertábamos con una noticia que hace unas décadas hubiera sido imposible de imaginar. La ciudad de Detroit Michigan en los Estados Unidos se declaraba en banca rota. Como fue que la ciudad que produjo la segunda revolución industrial y el inicio de la era del automóvil, pudo llegar a un punto como este. Que camino tuvo que recorrer para que la antes joya de los grandes lagos muriera lentamente.
La respuesta es basten simple, la
ciudad renunció a innovar. Por largo tiempo la ciudad de Detroit
vivió de la producción de vehículos automotores. Los gigantes
armadores norte americanos mantuvieron una producción constante por
muchas décadas hasta la llegada de la crisis energética de finales
del siglo XX y la aparición de una nueva generación de vehículos
compactos, eficientes y económicos.
A diferencia de la industria automotriz
de otros países que supieron llevar la fabricación de vehículos a
nueva era, la de Detroit permaneció fiel al estilo de vida
americana. Alejada de los nuevos polos de investigación y generación
de ideas que se levantaban en las partes costeras del país y muy a
distancia de los centros de producción asiáticos que tomaban el
control de los mercados mundiales, así la Detroit industrial se
apagó.
Lo que realmente liquido a esta ciudad
e hizo que perdiera casi la mitad de su población no fue otra cosa
que su incapacidad de transformarse, de adaptarse al cambio, en
resumen de innovar y reinventarse a si misma.
Las ciudades evolucionan a velocidades
difíciles de entender, y si las personas que las habitan no son
capaces de moverse al mismo tiempo fracasan condenando a sus
sociedades al retraso. Es por eso que sin lugar a dudas el principal
factor que hoy en día determina el futuro de una ciudad es su
capital humano, formar y hacer llegar hombres y mujeres preparados
para pilotear estos cambios es un necesidad esencial.
Pretender congelar en el tiempo el
espirito de una ciudad en tiempos como los que vivimos hoy día puede
representar un alto precio, mucho más alto del que representa
intentar transformarla e impulsarla.
Los retos que enfrentan urbes como esta
que habitamos nada se parecen aquellos que atravesaron una generación
antes. Contaminación, sobre población, dispersión, destrucción
del medio ambiente, falta de agua, alto costo energético, violencia
urbana. Son fenómenos con los que nuestros padres o abuelos no
tuvieron que enfrentar al inicio de su vida, sin embargo hoy son
parte de nuestro cotidiano.
Por esta razón, es que resulta tan
importarte abrir las ciudades; abrirlas a nuevas ideas, a patrones de
vida actualizados, a formas de habitarla variadas y complejas, a
familias mixtas y diversas, en resumen al mundo global que nos toca
habitar.
Ningún bien le hacemos a nuestra
ciudad capital cuando se pretende que nada cambie, que las calles
sigan sucias y oscuras, los edificios abandonados. Que los
empresarios tengan enormes problemas para abrir una negocio, para
generar fuentes de trabajo. Tampoco se debería poner excesivas
trabas a nuevos proyectos en la ciudad que generen fuentes de empleo
siempre que estos sean firmes y bien fundamentados.
Vivir en una ciudad histórica como la
nuestra puede ser un arma de dos filos, se corre siempre el riesgo
terminar convirtiendo las ciudad en un museo y no en un organismo
vivo. Este es uno de los motivos por los cuales muchos centros
históricos de nuestro entorno padecen serios problemas y
dificultades en su supervivencia. Si bien mucha de la estructura e
imagen de la ciudad histórica pertenece al siglo XVII o XVIII, su
sociedad y lo que la acompaña esta totalmente sumergida en la
actualidad.
Esto no es un llamado a olvidar esta
herencia, todo lo contrario es uno a reconsiderara y protegerla,
desde la estrategia de mantenerla viva. El centro histórico de la
ciudad de Oaxaca alberga hoy día a menos del 3% de la población
total de la ciudad y mantiene un perdida constante de población
residente para abrir paso a sectores comerciales, que se apagan de
noche. Pero por también a zonas inhabitadas ante lo complejo y
atrasadas de las normas que lo rigen y lo caro que resulta el
mantenimiento de los edificios coloniales.
Existen cerca de cuarenta edificios
catalogados en el centro en peligro inminente de caída, muchos
kilómetros de calles semidestruidas y una economía que se debilita
lentamente en lo formal y pasa a la informalidad de la que somos ya
líderes nacionales.
Nuestra ciudad y nuestro centro merece
un mejor destino, pero para lograrlo hay abriese a la innovación y
el cambio. Por que como bien menciona le economista Edward Glaeser:
Cuando una ciudad engendra una poderosa idea destructora de
conocimientos, no está haciendo sino preparar su propia destrucción.
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