Formal e informal
El reflejo urbano del
concierto económico
El Imparcial 2 de octubre del 2013
Las ciudades son como
hemos mencionado muchas veces a largo de esta columna es el reflejo y
soporte de una sociedad que se ha transformado de forma vertiginosa
en los últimos tiempos, cada vez más ocupada en aspectos que tiene
que ver más con la prestación de servicios y menos con la
producción de cualquier cosa, se han bienes de consumo o ideas.
La deslocalizacion y
regionalización de las actividades industriales y la desaparición
de la producción agrícola a pequeña escala de muchos países ha
dado como resultado modelos de sociedades muy especializados. Para
poder sobrevivir las ciudades han tenido que echar mano de una serie
de estrategias que permitan su subsistencia.
La transición de ciudades
industrializadas o cercanas a la producción agrícola a ciudades que
se dedican administrar recursos y servicios ha sin embargo
representado uno de los saltos al vació más difíciles de pasar
para muchas urbes. Al tiempo que esto sucedía cientos de miles de
personas se alojaban cada vez más rápido en las ciudades como
resultado del ya citado proceso de evaporación del modelo de vida
agrícola.
Esta combinación resultó
explosiva para las ciudades, por un lado se destruían empleos antes
seguros y que significaban el arranque de la cadena productiva, y por
otro más personas llegaban a la ciudad en busca de oportunidades de
trabajo, la combinación de estos fenómenos generó la ciudad
informal.
En nuestro país la ciudad
emergente no es otra cosa que una proyección de como han
evolucionado nuestras economías hasta el punto de que hoy en día
tres de cada cinco personas, dependen de los trabajo que implica
producir “nada”. Mientras que la mayor parte de los ingresos
registrados por la industria se encuentran en industrias mega
concentradas, como la de los autos, el petróleo, en deterioro de la
micro empresa.
Esta dinámica tan poco
eficiente ha dado como resultado una enorme masa de personas que se
ubican en una franja de la sociedad que si bien trabaja muchos días
del año, habita en viviendas que no son de su propiedad legal, y
ejecuta empleos sin ninguna certidumbre. El seguro social reportaba
hace un año que en Oaxaca sólo estaban asegurados cerca del 5% del
número de personas que podrían o deberían estar dadas de alta.
Este estado límbico en el
que ha caído buena parte de nuestra sociedad ha creado una
generación entera de personas que se mueven fuera del sistema,
aunque de alguna manera lo refuerzan. Así, miles de empleados y
empresa caen también en el concepto de lo informal. Aquellos que
crean que lo informal se limita a quienes venden algún producto en
la calle se equivocan.
Hay miles de empleados en
el sector servicios que cobran en “negro” y que no forman parte
del sistema de recaudación, o seguridad social. De forma tal que
incluso el comercio que llamamos establecido, cae en alguna forma de
informalidad, al grado tal que se reportaba en julio de este año,
con datos de la Secretaría de Hacienda que cuatro de cada cinco
empleos en el estado de Oaxaca son informales.
Para una ciudad el que
este fenómeno se repita con tanta contundencia genera un enorme
problema, todas estas personas que trabajan cada día en la urbe
reciben sueldos por debajo del promedio y están sujetos a la
casualidad. Un oaxaqueño que se enferma no contará con seguridad
social cubierta por sus aportaciones, sus cuidados dependerán de la
riqueza familiar, o la solidaridad del gobierno local.
Lo que implica que este
habitante de la ciudad dejará de gasta sus ingresos en su barrio,
que no hará compras en mercados y que reducirá su consumo al
mínimo. Esto en una ciudad que vive del consumo y el servicio es un
golpe que va dejando una profunda huella en el cotidiano, ya que se
combina con una baja recaudación de los pocos impuestos locales y
alienta a más población a la informalidad callejera, la pero de
estas manifestaciones.
Las ciudades hoy día son
el lugar donde se crea y se destruye, de encuentro y perdida, si nos
acercamos a la nuestra con la intención de transformarla para bien
entonces seguro encontraremos la forma de hacer mejor lo que sabemos
hacer. Entender que la ciudad informal no es un fin en si –por
mucho que con ella se lucre-- si no un paso a un estado de bienestar
que tenemos la obligación de hacer llegar entre todos, algún día.
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