Violencia urbana
Una forma de suicidio para la ciudades
El Imparcial 25 de septiembre del 2013
Hace poco escribíamos una columna que se refería a como es que una ciudad puede construir su propia destrucción o degradación si se rehusa a reconstruirse desde una visión innovadora. Pero esta no es la única forma en la que una urbe puede verse condenada la extinción y el rezago, hay muchas otras que si bien se desprenden de la primera citada, son igualmente contundentes.
Hace poco escribíamos una columna que se refería a como es que una ciudad puede construir su propia destrucción o degradación si se rehusa a reconstruirse desde una visión innovadora. Pero esta no es la única forma en la que una urbe puede verse condenada la extinción y el rezago, hay muchas otras que si bien se desprenden de la primera citada, son igualmente contundentes.
Y si hay un punto que vale la pena
destacar en este apartado, es el que tiene que ver con el ambiente
social de la ciudad y en particular uno de sus aspectos cada vez más
comunes, la violencia.
Las ciudades reúnen personas tanto
como sus problemas y situaciones cotidianas, esta mezcla se acumula
en un sólo espacio contenedor que termina por reventar si no se
lleva acabo alguna medida para mitigarlo. Lo cierto es que pese a la
situación tan desesperada que enfrentamos hoy día a nivel nacional
y loca, no se vislumbra una estrategia clara por parte de ningún
sector que contenga esta situación.
Un caso dramático de como esta
situación afecta a nuestras ciudades y la gente que allí habita es
el que se vive en lo que una vez fue uno de los motores de nuestra
industria y nuestra sociedad como país, Ciudad Juárez. Nombrada en
honor del Benemérito oaxaqueño, junto con su hermana El Paso son
ciudades de referencia en la frontera norte desde hace muchos siglos,
por lo que su caída en manos de la delincuencia y la violencia no es
otra cosa que una tragedia.
Dependiendo a que dato nos aferremos
descubriremos que hoy día por lo menos el 30% de las viviendas de la
ciudad está desocupada. Esto equivale queridos lectores a cerca de
120 mil viviendas, pónganse más tristes aún; el dato equivale a
casi la totalidad del parque de viviendas de nuestra zona
metropolitana, y los números son cada vez peores.
La violencia urbana tiene muchos
rostros y varios padres, está desde luego la que engendran el crimen
organizado y que pese a su brutalidad, rara vez atenta contra las
personas comunes de manera directa ya que suele estar focalizada en
sectores específicos. Esto no la hace menos propensa, simplemente es
hasta ahora algo un poco más distante para la mayoría, esperemos
que siga así.
Pero existe otro nivel de violencia
cuándo menos igual de preocupante que el anterior, pero más
generalizado. Aquel que se desata entre congéneres que habitamos una
misma ciudad, en situaciones que van desde lo más cotidiano hasta lo
más intenso.
La muestras de este fenómeno son
muchas y por desgracia nos hemos acostumbrado tanto a ellas que ya
casi no nos detenemos a reflexionar sobre sus causas y efectos. Esto
es quizás una de las señales de alarma más evidentes que
deberíamos atender. Se manifiestan desde una simple mirada hasta una
agresión verbal desatada por un incidente cotidiano, un peatón
acosado por un automovilista en un cruce o un insulto en forma de
“piropo” a alguna mujer por la calle.
Estas formas de violencia es apenas son
unas cuantas de una larga lista de acciones y omisiones que llevan a
nuestras urbes a lugares oscuros y abandonados. Sin embargo, por
complejo que este fenómeno parezca resulta que tiene un lugar común
en su origen, es resultado en la mayor de las veces de la
construcción de un medio ambiente que desata y propicia la violencia
entre los habitantes de un lugar.
Por generaciones las ciudades en su
acumular cotidiano de personas se han convertido en inmensas bodega
compartimentadas, donde cada clase o segmento de la sociedad esta
apartada del otro. Barrios colonias, fraccionamientos, se han hecho
intencional o accidentalmente lugares inconexos donde cada vez nos
cuesta encontrar puntos afines. Esta fragmentación social y urbana
es quizás nuestra bestia negra.
Entonces la solución al problema tal
vez radique en romper esos estados de fractura que hoy día imperan
en nuestras ciudades e iniciar un proceso de reconstrucción de los
tejidos, tanto urbanos como sociales. Hacer que la gente se encuentre
en lugares comunes y renunciar a las burbujas metálicas que impiden
que nos rocemos y nos conozcamos en la calle cada día.
La ciudad es más parecido a un textil
de lo que podemos suponer, cada tejido distinto es una parte esencial
de su composición y si una trozo se desgarra el resto puede
simplemente deshilacharse poco a poco.
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